Cristina García Rodero, egregia fotógrafa española: blanco y negro, luz y sombra, una isla gloriosa del arte español, sola, siempre sola. Apoyada por la fundación Juan March, por mil becas y reconocimientos, mirada con estupor por su talento y trabajo ilimitados, pero sola. Siempre sola. (NOTA DE LA…
Cristina García Rodero, egregia fotógrafa española: blanco y negro, luz y sombra, una isla gloriosa del arte español, sola,…
Cristina García Rodero: blanco y negro, luz y sombra
Cristina García Rodero, egregia fotógrafa española: blanco y negro, luz y sombra, una isla gloriosa del arte español, sola, siempre sola. Apoyada por la fundación Juan March, por mil becas y reconocimientos, mirada con estupor por su talento y trabajo ilimitados, pero sola. Siempre sola.
Lágrimas y sangre no son mera memoria: todavía mojan. Todo vino de Córdoba.
(NOTA DE LA AUTORA DE ESTE POST: Córdoba, el 20 de agosto de 1936 mi tía, María Valdés Piqueras, como todos los días, le lleva a la cárcel el desayuno a su hermano, Ramón Valdés Piqueras, registrador de la propiedad, miembro de Izquierda Republicana, que ha sido denunciado y encarcelado por esto -en represalia porque no quiso participar en un «chanchullo» que se le propuso. «No hace falta ya el desayuno», le dicen. Esa noche, le han metido, junto con otros muchos en un camión, se lo han llevado junto con otros muchos, le han disparado como a otros muchos, le han muerto como a un millón, lo han dejado allí arrojado sin nombre, mi tía sale a identificarlo, qué camino, el más cruel, mi abuela no tiene fuerzas en sus veintiséis años sin trabajo y con dos hijos de tres y siete años. Consuelo, tres años. Ramón, siete años. ¿Dónde está papaíto? y, sobre todo, ¿por qué?
Su padre es militar del otro bando.
La guerra, hija. La guerra.
Nunca se acaba de comprender la guerra.)
Habla, a través de Cristina García Rodero, la España Escrita en el Alma.
Su voz resuena, España grita en sus fotos y Cristina obtiene reconocimiento internacional: Magnum.
Las patéticas instituciones del franquismo.
El eco de las patéticas instituciones del franquismo, cuya herencia todavía disfrutamos (¡ay!) en muchos casos… el eco es, sobre todo, ese vacío garabateado, ese vacío que envuelve a Cristina como si fuera plástico de filmar. Mudo. Presente. Aplastante. Aislante.
Franco, Franco, Franco, con una gran «o» al final.
Franco, Franco, Franco, con una gran «o» al final. Una gran «O» que deja otro vacío, un hueco de angustia. Y la mitad de España vencida tiene que guardar silencio. Un doloroso silencio. Franco. Franco. Franco. «No hay nada en el mundo peor que una guerra civil, hija mía», palabras que oímos una y otra vez. Nada en el mundo peor que una guerra-CIVIL. Nada en el mundo peor que una guerra entre hermanos. Nada peor.
Los orígenes, la joyería
Los orígenes, la joyería. Interpreto que ahí esta el motor, la fuente que alimenta a Cristina: esa pared que delimita el patio de atrás en el que puede «vivir salvajemente», en libertad, gatos, patatas, juegos, hermanos, siete hermanos. La felicidad detrás de la joyería (que he pintado geométrica amarilla y azul), detrás del muro (que he pintado de ladrillo), junto al padre (que he dibujado junto a la joyería) y la madre (ese corazón, cómo iba a ser otra cosa, esa madre que se disgustaba ya solo porque los niños pelearan!). Y, por encima de todo, esa libertad que, después, Cristina despliega…
Del patio de atrás salió la luz
Del patio de atrás salió la luz. Es ese patio de atrás la fuente de la inagotable energía de Cristina. Me imagino de dónde viene toda esa luz. No creo que venga de las instituciones, ni siquiera de la Facultad ni de los vacíos que la circundan, que pinto con rallitas de «inexistencia» (¿qué historia de la fotografía se podría escribir en la memoria de esa institución?). Su potencia es su madre, son sus siete hermanos, son sus gatos, es el amor, es la libertad.
La cruz que corta, atraviesa, se superpone a todo. La cruz enorme, que tantas veces ha proyectado su sombra de tétrico dolor sobre una España siempre en la encrucijada, siempre dolorida.
La cruz que corta, atraviesa, se superpone a todo. La cruz enorme, que tantas veces ha proyectado su sombra de tétrico dolor sobre una España siempre en la encrucijada, siempre dolorida. Esa cruz cómplice que, de representar al vencido y después glorioso Jesucristo, pasa a representar al vencedor tantas veces impío. Esa cruz que protege como en otros tiempos protegía la sangre del cordero, la cruz (del que es decente, como debe ser, buena gente, apropiado), la cruz (ante la que hubo que arrodillarse para salvar la vida propia, la vida del hijo, la vida de la mujer, la vida del marido).
La cruz enorme, que tantas veces ha proyectado su sombra de tétrico dolor sobre una España siempre en la encrucijada, siempre dolorida.
Antinomias en blanco y negro de una encrucijada llamada España.
Antinomias en blanco y negro de una encrucijada llamada España. Todas las capta esta mujer a la que no hace falta saberse mujer, en un abrir y cerrar de ojos. Trascendencia, poderosos, animales, pueblo, dolor, crueldad, fiestas, tradición, hambre, atraso, ritos, miedo, sol… grandes contrastes, fecundas polaridades, dolor y alegría de esta compleja encrucijada llamada España.
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